martes, 25 de mayo de 2010

El segundo: los veranos de mi infancia

Por fin, ¡vacaciones! ¿De verdad es vuestra infancia anhelabais la llegada de las vacaciones de verano? Creo que en mi círculo de amistades nunca ha sido motivo de debate esta cuestión por lo que me limitaré a contar mi experiencia sin poder contrastarla con lo que la mayoría opina. Pues no, en mi caso no recuerdo haber deseado la llegada de las vacaciones: en el colegio me lo pasaba en grande y en las vacaciones disfrutaba de la vida en el campo. ¿Era conformista, o es que los niños son conformistas? Quizás todo se debiera a que en cada momento he disfrutado de lo que he hecho y cuando algo no me ha gustado he tratado de alejarlo sin provocar demasiado revuelo, aunque esto último no siempre ha sido posible. Pero no nos desviemos de nuestro objetivo que es el contaros como lo pasaba en el pueblo natal de mi madre, Ariza, en casa de mis tíos Lucia y Jesús.


La casa de los tios

Lo primero que tengo que hacer es mención a mi tía Lucia que en paz descanse. Como buena García, nunca tuvo necesidad de ir al médico… y cuando cayó enferma fue para despedirse de este mundo con suma brevedad.


Mis tíos vivían en la casa más al norte del pueblo, junto a la antigua carretera nacional II en dirección a Zaragoza, construida a media altura de uno de los típicos cerros arcillosos y áridos de la zona. En aquel entonces me parecía que vivían muy lejos del pueblo, ahora veo que aun estando a las afueras del pueblo sigue estando muy cerca porque todo es pequeño. La casa tenía entonces para mí un gran encanto: poseía un cuarto que era la cueva porque estaba escavado dentro de la montaña del que a su vez salían dos pequeños misteriosos y oscuros cuartos en los que mi tío guardaba desde unas viejas traviesas de la vía férrea a la cesta de secar caracoles para poder ser cocinados. La escasa luz artificial, sólo había una débil bombilla en la más grande se las tres salas, y unido a mi siempre defectuoso sentido de la vista, hacían que la cueva resultase entre misteriosas y peligrosa, acrecentándose estas sensaciones por el continuo ruido que se producía cada vez que un caracol se precipitaba desde lo alto de la caracolera e iba a estrellarse con el resto de sus congéneres. Por su puesto que estas observaciones son el resultado de dormir muchas noches allí y tardar en hacerlo debido a estos cotidianos ruidos y otros esporádicos que causaba algún ratón hurgando entre los misterios almacenados de mi tío que supongo alguno sería comestible.


Arturo, en el jardin de la entrada

Tengo que decir que nunca he sido miedoso y no me ha asustado la oscuridad, ni la soledad, ni tan siquiera las personas, pero si he hecho mención a esto es porque tengo que reconocer que en una ocasión, de las pocas que recuerdo haber ido al cine en el pueblo, donde vi una película de miedo, en la que se comían a las personas en un rústico restaurante de un pueblo como en el que estábamos, y como a la salida del cine me tuve que volver sólo a casa, recordad que la casa estaba alejada del pueblo, y a esas horas todo estaba oscuro, silenciosos y lúgubre, pues todo ello sirvió de caldo de cultivo para que cuando me metí en la cama viera aparecer esos fantasmas que iban a apoderarse de mi tierno cuerpo para preparar la comida del día siguiente…Esa noche si que oí a los fantasmas hurgando en la cesta de los caracoles, royendo entre las traviesas de madera, moviendo las paredes y haciéndolas crujir. Costo dormirme pero por lo menos me quedó el recuerdo de una mala película y el de una agitada noche.

El día a día consistía en levantarse, salir al corral a echar el pis mañanero, desayunar con mi tía y a partir de aquí las mañanas se dividían en dos posibles actividades: o bien iba con mi tía al pueblo de compras o bien me pasaba la mañana en el corral o iba a la vaquería del “Borrascas” que estaba un poco más arriba del cerro donde estaba la casa de mis tíos. Mis tíos poseían un pequeño corral donde se criaba un cerdo en la cochiquera, unos cuantos conejos repartidos en dos conejeras, un puñado de gallinas que pululaban a su antojo por el corral y por el resto del camino puesto que no había ninguna valla que les impidiera ir a su aire, un par de cabras y además, el burro y el perro que tenían el privilegio de compartir el patio-terraza de la casa, el burro en su cuadra y el perro suelto a su aire aunque tenía su rincón en un cuartucho donde se guardaba la hierva, las herramientas y las bicicletas.




Con el tío Jesus...


La mañana que íbamos de compras al pueblo solía ir a ver a mis tíos Mariano y Esperanza que tenían un bar casi en la plaza del pueblo junto al barranco, en un tranquilo rincón. Allí solía jugar alguna partidita a la maquina de bolas o pin Ball hasta que mi tía Lucia volvía a buscarme. También íbamos de a ver a la tía Candida, tía de mi madre y mi tía Lucia, una anciana encantadora que siempre conocí doblada en 90º por su terrible dolor de espaldas, postura en la que se desplazaba y hacía todos sus quehaceres domésticos, si bien, con esfuerzo podía ponerse derecha por momentos.

Las tardes estaban reservadas para mi tío Jesús. Cuando el volvía de trabajar de la vía, porque trabajaba en RENFE, siempre teníamos alguna actividad pendiente. Lo normal era ir a segar un saco de hierva para los animales, pero todos los veranos tenían reservado sus días de siega de alfalfa con la guadaña, la recogida de manzanas, ir a buscar caracoles si llovía algún día, tomates cuando estaban maduros, patatas, acelgas, ocasionalmente setas y restos de grandes cosechas de otras muchas variedades hortícolas. Parte del goce de estas actividades estaba en los medios de transporte: desde ir los dos más el saco en una motocicleta a llevar cada uno una enorme y pesada bicicleta cuyo trasportín –que en este caso debería llamarse trasportón- pesaba más que el resto de la bicicleta puesto que los hacía el herrero con sólido y pesado hierro. Cuando me subía a la bici con un saco atrás tenía que andar con mucho cuidado para que no se me levantara sobre la rueda trasera. La verdad es que no me puedo imaginar como se me vería ni siquiera he preguntado a mi tío como me veía él, aunque supongo que suficientemente seguro para permitirme hacerlo. El otro medio de transporte que usábamos era el carro tirado por el burro cuando había que ir a recoger grandes cantidades de alfalfa o patatas. En otras ocasiones íbamos sólo montados en el burro. De estas experiencias me viene a la cabeza una vez en que volcó el carro, burro incluido, y la cara de mi tío cuando me vio tan campante observando como el burro se ponía patas arriba después de que me anticipase al vuelco dándome tiempo a bajar. En otra ocasión, montado sobre el lomo del burro y con las riendas sujetas en corto, este bajó de golpe la cabeza para comer u olisquear algo y salí rodando por encima de su cabeza.

Ahora se me vienen multitud de imágenes desordenadas del día a día. Por supuesto nada extraordinario salvo para un niño con ansias de aprender en un entorno que no es el cotidiano. De ahí la inquietud que me provocaban las actividades del día a día, como recoger los huevos que ponían las gallinas, echar de comer a los animales, ver el nacimiento de algún conejo o de un cabrito, ordeñar a las cabras y esperar la broma de mi tío que consistía en apuntarme con el pezón de la cabra y enchufarme un buen chorro de leche, limpiar el estiércol, dar de comer al cerdo que salía de la cochiquera echo un toro hambriento y feroz dispuesto a meter el hocico en cualquier sitio hasta que acertaba con el cubo en el que mi tía le había preparado el pienso dando cuenta de él en un santiamén…Después quedan las actividades extraordinarias como eran reparar las bicicletas, las alforjas del burro, hacer arreglos en el corral o construir un palomar de adobe encima de la cochiquera del cerdo.

También pasé muchas horas en la vaquería del Borrascas: las vacas pastaban atadas frente a sus pesebres pero para beber se las sacaba a un pequeño patio donde había un gran pilón. Las vacas por norma solían salir tranquilas pero los novillos rebosantes de energía trotaban y brincaban en el poco espacio que tenían llegando si no a dar miedo, si a tener que tomar precauciones para evitar el mínimo contacto con ellos. Mención especial a la época de celo en la que se sacaba al patio a las vacas de una en una para que las montara el macho: visto desde un metro de altura y a poco más de un metro de distancia os aseguro que era todo un espectáculo. Y una fuente de conocimiento: aunque la reflexión que voy a hacer quizás no sea válida para esta época ni para la raza humana no puedo por menos que contar lo observado y lo contrastado con mi propia experiencia. Intrigas a parte, en mi niñez observe como durante el cortejo entre las vacas y los toros, las primeras permanecía impasibles dejándose hacer, abrevabándo en el pilón mientras el toro o novillo, saltaba, bufaba, montaba a la vaca empujando con frenesí en posiciones acrobáticas sobre las patas traseras…y la vaca como si tal cosa, será que la naturaleza es así.

Después de todas estas actividades cotidianas, bien rebozado entre las patas de las vacas, revolcado por el corral, corriendo por las vegas, cargar sacos…llegaba la hora del aseo. El agua del cubo que había puesto desde por la mañana al sol en el patio cogía una temperatura suficiente para clasificarla de agradable y poder realizar el aseo en el mismo patio. El baño disponía de taza y lavabo, ni bañera ni plato de ducha, pero como no disponía de alcantarillado era completamente inservible. A orinar y a defecar al corral o subir hacia el monte o si te pillaba en la vega, pues allí mismo, como en casa. Y el aseo en el patio, con ese cubo de agua templada. ¿Incómodo? Para nada. Para hacer pis, y esto no lo cuento por poner una nota escatológica, salía al corral donde había una especie de canal que recogía el agua de lluvia que bajaba por el cerro para evitar que acabara en el tejado de la casa. En el lado de la pared de la casa hay un poyete que quedaba aproximadamente a la altura de mi bragueta –de la altura de antes- y por donde solían subirse los pollos, como aquel, que un día mientras hacía una micción actuó como un pollo y me la picó. No pasó nada, ni repercusiones psicológicas ni físicas del miembro implicado.

¿Habéis trillado alguna vez en la era con uno de esos trillos tirados por un burro con los que ahora se hacen mesas rústicas? Llegamos a la era y al remover el trigo o la cebada lo primero que apareció fue un nido de ratones recién nacidos. Los adopté y se los llevé a mi hermana Alicia que se puso loca de contenta….vamos daba saltos y gritos….aunque quizás no fuera realmente de alegría….Después te subes sobre el trillo y haces que el burro de vueltas y vueltas aplastando el cereal para que quede bien triturado antes de que se pueda aventar. Esto es un proceso manual que consiste en tamizar primero para quitar la paja más grande y después lanzarlo al viento para que la paja más ligera que el grano se separe. Entonces el grano se recoge en sacos y a guardar al cuarto de los ratones, llamado así porque debido a que allí se guardaba el grano pues siempre estaba habitado por algún ratón. Un día, entramos a este cuarto y oímos el ruido que hacia un posible ratón. Este al oírnos trató de escapar por la puerta pero mi tío muy hábil y rápido lo atrapó entre sus pies y yo tan rápido como mi tío le eché mano y lo agarré por el rabo, un segundo, que es lo que tardó en darse la vuelta y morderme el dedo captor lo que le sirvió para recuperar su libertad y a mi para saber que hasta la más pequeña de las fieras puede resultar peligrosa.

Estuve yendo al pueblo desde antes que tuviera uso de razón hasta los trece años. Esto hizo que apareciera un especial cariño o amor hacia mis tíos Lucia y Jesús. Posteriormente me he llegado a enterar que podrían haber sido mis padres, pues ante la incapacidad de mis tíos para tener hijos quisieron quedarse conmigo….pero mi madre alegó que un hijo siempre es un hijo aunque las dificultades sean grandes. Estos recuerdos son un homenaje….gracias tíos.

viernes, 7 de mayo de 2010

El segundo: mi gran afición.


Después de superados los tres terceros y por lo tanto cambio de profesor, me volví a dar cuenta que el mundo no se había quedado detenido en tercero de básica, que las cosas no eran siempre iguales y que había otras distintas de la que ni tenía conocimiento que existían. Fueron años en los que me aficioné al futbolín, en los que aparecieron las chicas, en los que descubrí las buenas y las malas amistades y mi gran afición: el baloncesto.


¡El baloncesto! El baloncesto. ¿El baloncesto? Claro, entiendo que para cualquiera que me haya conocido pasada mi época de jugador, le cueste creerse que con mis dotes atléticas podía jugar a baloncesto y además contarlo y mencionarlo como mi gran afición. Pero me veo obligado a contarlo así aunque no haya jugado con los ídolos de mi época y tan sólo lo hiciera en liga provincial. El baloncesto me dio grandes satisfacciones deportivas, grandes amigos (y no sólo por el tamaño), una novia y después esposa, y grandes frustraciones asociadas a lesiones.

Supongo que los niños tratan de imitar a sus mayores y más aún si se siente cierta admiración hacia ellos. En el colegio San Ignacio había un equipo de mayores que jugaba al baloncesto en nuestra formidable cancha de tierra. A parte de eso quedaban las clases de gimnasia en las que se hacían piruetas en el potro y en el plinto y los partidos de futbol que jugábamos en las plazas públicas con alguna pelota de goma. Ante este muestrario de actividades físicas, mi demanda de movimiento y, porque no decirlo, del placer que me producía demostrar lo que no era evidente de mis facultades atléticas, pues todo ello hizo que me apuntara a jugar en el equipo de alevines del colegio.



El equipo de los "gigantes"



Y entonces comenzó la competición. Para jugar los partidos lo primero que había que hacer era preparar el campo. Para ello se ponían las canastas de mini básquet, las redes en los aros, se tapaba los agujeros, se quitaban las piedras y se pintaban las líneas: se extendía una larga manguera que hacia de guía sobre la que se echaba cal viva, se levantaba la manguera y después se mojaba para fijar la cal y que no se fuera. Y ya estaba listo para jugar.



En mi equipo había dos jugadores muy altos por lo que yo solía botar hasta el área contraria y luego lanzar el balón alto para que cayera en manos de unos de ellos. Y cuento esto porque de las pocas cosas que recuerdo de esta etapa es de un formidable gancho con destino a uno de mis compañeros que acabó dentro del aro: hoy sería canasta de tres puntos pero aun siendo sólo de dos fue una de esas canastas que dejan huella para siempre. Aunque personalmente esto fuera una gran canasta, no fue lo más relevante de esta primera liga. En aquella época no había muchos equipos y era fácil coincidir con equipos de nombre, como nos pasó a nosotros. Aquel día recibíamos al Estudiantes de Madrid en nuestro magnífico arenal. Les ganamos: creo que no estaban muy acostumbrados a tan natural pavimento. Pero claro, luego quedaba el partido de vuelta: El Magariños, recién estrenado esa temporada, con su parquet todo brillante, sus tableros colgados, sus balones de cuero. Nos ganaron, no nos ganaron, nos humillaron: ¡no había quien botara con esos balones en ese tipo de campo! Y mis dos gigantes pívots resultaron que tenían más edad de la que la categoría permitía: resultado, a parte de humillados salimos descalificados. En aquella época ganar a “un grande” salía caro. Ahora, reflexionando, creo que esos dos jugadores los “colaron” para que no se quedaran si jugar y no porque tuviéramos grandes pretensiones de victoria.



La semilla ya estaba plantada y empezaba a germinar. Como consecuencia de querer jugar a un deportes de altos empezó a preocuparme mi reducido tamaño por lo que en alguna ocasión consulté y solicite ayuda al medico para crecer más y mas deprisa. Pero supongo que viendo a mis padres el médico no observó ninguna deficiencia en mi crecimiento. A pesar de todo y me refiero a la estatura, nunca fue motivo para poner en duda mis deseos de seguir jugando como así hice durante muchos años y durante los cuales ningún rival pudo poner en entre dicho nuestra calidad como consecuencia de esta deficiencia.



Las siguientes temporadas no me dejaron ningún recuerdo puramente deportivo. Éramos un equipo de enanos que gozaba mucho de jugar pero el que no tenga ningún recuerdo significa que no debimos hacer ninguna proeza digna de mención. Personalmente si aporto muchas cosas a mi madurez. Para empezar abandonamos nuestro magnifico patio del colegio para ir a jugar a un polideportivo en La Dehesa La Villa. Eso significaba ir un día a la semana a entrenar allí más en fin de semana que jugábamos en casa. Y para ir a La Dehesa la Villa había que tomar un autobús en la plaza de Callao. Como ya he contado mi economía no era muy boyante así que esos días de entresemana que subía mucha gente al autobús me las ingeniaba para colarme: para algo tenía que servir ser bajito. Creo que yo no era el único del equipo que se colara en el autobús aunque fuera por distintos motivos y la prueba fue un domingo que tomamos el autobús temprano y no había más pasajeros que nosotros. Para el conductor fue muy sencillo contar los billetes que había dispensado y la cantidad de niños revoltosos que se arremolinaban al final de autobús y llegar a la conclusión que sobraban dos de aquellos pequeños. No, no era yo ninguno de ellos: yo era pobre pero suficientemente inteligente para saber cuando se puede uno colar y cuando no. No recuerdo que pasó con el final de esta historia….me viene a la cabeza que tratamos de convencer al conductor que había sido una chiquillada y que teníamos prisa y que no lo volverían a hacer. Ya digo, no recuerdo si nuestras súplicas surgieron efecto o tuvieron que quedarse a esperar el siguiente autobús.



Patio del colegio La Bola

Otras de las cosas que aprendí en esta nueva sede de juego fue el pudor, o mejor dicho, a perderlo. Ahora íbamos a un polideportivo público donde nos juntábamos gente de muchas edades y el vestuario era una amplia sala para cambiarse. El día que nosotros entrenábamos coincidíamos en el vestuario con un equipo de balonmano de sordomudos. Y no es que fueran sordomudos lo que se me quedo grabado, si no que andaban desnudos por todo el vestuario con la mayor naturalidad. Eso provocó en mi una profunda reflexión y una aceptación del cuerpo humano en su más explícita manifestación.


Y a pesar de mi amor al deporte y a las demostraciones de mis capacidades deportivas, resultó que al pedir un certificado de estudios para el cambio de colegio en mi nueva etapa en Alcorcón, tenía suspendida la gimnasia de séptimo de básica. En la calle La Bola sólo se daba hasta quinto de básica, el resto de cursos se daban en los bajos de un edificio de la calle Trujillo salvo las clases de gimnasia que seguían dándose en el patio de la calle La Bola para lo que había que desplazarse hasta allí. Resultó que un día llegamos al patio y el profesor no había llegado. Nos cansamos de esperar y algunos decidimos irnos, no se si a jugar al futbolín que era mi otra gran pasión, con tan mala suerte que cuando salimos a la calle vimos al profesor de gimnasia que asomaba al principio de la calle y no se nos ocurrió, o se me ocurrió, otra cosa que escondernos en un portal. E igual que nosotros le vimos a él, él nos vio a nosotros de tal forma que al día siguiente nos exigió una disculpa por escrito que por supuesto, mi orgullo me prohibió escribir con el resultado de que acabó el curso sin que yo volviera a hacer acto de presencia en su clase y un suspenso en gimnasia. Gracias a mi popularidad en el colegio y la amistad que tenía con el hijo del director del colegio, otro enano jugador de baloncesto, este me solucionó este pequeño inconveniente dejando mis notas de séptimo inmaculadas.



jueves, 4 de febrero de 2010

el segundo: tres terceros

¿Quien conoce la calle La Bola de Madrid? Pues seguro que más de uno, pero no muchos más, porque hay un bar famoso por su cocido madrileño: Bar La Bola. Pues justo enfrente, cruzando la calle, hay un antiguo cuartel que en mis años mozos fue el colegio San Ignacio. Está formado por un patio y unos barracones de dos plantas en uno de los lados cortos del patio. Los barracones hacían de aulas y el patio, con suelo de tierra, de pabellón descubierto de deportes donde se pasaban los recreos, se daban las clases de gimnasia y se jugaban los partidos de baloncesto.

En la plaza de Oriente 1966


Llegué a mitad de mi primer curso de educación primaria, creo que con seis años, pero en este nuevo colegio las aulas de primero y segundo curso debían estar completas, y con esto quiero decir que físicamente no cabía nadie más, porque me metieron en la clase de tercer curso. No recuerdo que este hecho causara en mí un trauma a pesar de que pasé de tener un buen negocio cambiando deberes escolares por muñequitos de plástico y cromos, por pasar algunos momentos de apuro intelectual. Uno de los que creo sucedió al poco de llegar fue mi primer dictado. Quiero suponer que si se me aceptó en el colegio fue porque, además de que iba con mi hermano, no olvidar que era un colegio privado, o sea de pago, tenía un nivel escolar aceptable para poder empezar en tercero de primaria aunque por la edad debía estar en primero. Pues bien, este primer dictado se me quedó marcado para siempre y no por la colleja que me dio la maestra sino porque me puso ante una situación nueva y despertó no se si un sentimiento de miedo o de frustración. Y os preguntareis en que consistía ese problemático dictado, vale, no me hago más de rogar, pero es que quiero reflejar, aunque sólo valga para mí, este hecho y si no le doy un poco de coba pasará desapercibido hasta para mi:


“Llego………………………….” Si, este fue el problema. El dictado empezaba con una palabra cuya primera letra era la “elle”: ¿y cómo se pone una elle mayúscula? Ahora habréis visto que ya se hacerlo, pero esa primera vez no fui capaz, me quedé en blanco, sin poder escribir ni esta ni las siguientes palabras con el resultado que cuando la “señorita” pasó a mi lado y vio que no escribía me echó la correspondiente bronca con colleja incluida. A esta “señorita” la soporte, o la sufrí o la temí por casi tres años seguidos y aunque por otros hechos acaecidos he llegado a pensar que no le caía muy en gracia, si que tengo que agradecerle que hiciera despertar en mi hasta la más escondida de mis neuronas aunque sólo fuera por evitar su ira y…………. sus collejas.


Sin embargo no todos los traumas educativos se superan: clase de inglés. ¿Clase de qué? Dios mío ¿qué es eso del inglés? ¡No lo había oído en mi vida! Pero peor aún cuando empecé a oírlo y a no enterarme de nada. Son idiomas; ¡ah, si, ya entiendo!, se habla en países lejanos. Tengo siete años y lo más lejos que he llegado es al pueblo de mi madre….y allí aun hablan español. Creo que esta reflexión fue lo que hizo que jamás aprendiera otro idioma, con sus posteriores consecuencias profesionales….además de mencionar la poca dedicación e interés que había en la enseñanza respecto a este tema. Para mi, que desde el Ministerio de Educación, si existía entonces, debían de decir: “para ir al pueblo de sus padres ya saben bastantes lenguas extranjeras”. Es mi asignatura pendiente porque me reconozco del todo culpable de mi escasa poliglotía.


Mis tres terceros cursos los pasé sorteando la amenaza continua de la “señorita”. No siempre lo logré y tuve que padecer el castigo de quedarme sin recreo, el mejor momento del día, y pasarlo sentado en mi pupitre bajo la tutela de la bruja de la “señorita” que me llegaba a infundir tal temor que por no pedirla permiso para ir al baño me llegue a orinar encima. ¡Premio! Ante ese húmedo mocoso, mal oliente, la “señorita” no pudo evitar mandarme al patio a airearme: recuperaba mi recreo aunque fuera a destiempo.


Me da la sensación que recibía muchos castigos porque hay demasiados recuerdos asociado a ellos: un día lluvioso, de camino al colegio, cruzando la Plaza de Opera que era toda de tierra, me acerque demasiado a un árbol. La tierra estaba demasiado blanda y acabe hundiendo una pierna hasta más arriba de la rodilla con lo que llegué hecho un “acehomo” (expresión que se utilizaba en casa) al colegio; y ¿que paso?, pues que mi amada señorita me castigo poniéndome de rodillas delante de la pizarra, y claro, no pude esconder mi embadurnada pierna, lo que sirvió para recibir otra colleja además de tener que estar postrado de rodillas con los brazos en cruz y soportando el peso de un libro en cada mano. ¡Así se forjaban antes los hombres duros! Puedo aseguraros que no: con el tiempo comprobé que así se forman personalidades asustadizas pero muy disciplinadas.


Reflexiones posteriores a esta época me hacen entender muchas de las cosas que pasaron entonces. En aquellos años un colegio de “pago”, privado, estaba reservado a clases sociales de economías solventes porque además de pagar la mensualidad se realizaban actividades que requerían de aportaciones extras, como eran la realización de manualidades para conmemorar las navidades o el día de la madre, o salidas ocasionales al cine. Nosotros éramos una familia numerosa obrera que vivía en un barrio “bien” aunque fuera en un pequeño piso cuyos vecinos eran apoderados de toreros, sastres o empresarios pero donde mi madre sabía hacer maravillas para administrar el salario que mi padre traía de trabajar en la Pepsi Cola más los extras que ella ganaba cosiendo en casa. Bien, esta breve explicación viene a cuento para ahora poder entender porque yo nunca participaba en ninguna de las actividades extras, pagando, y digo pagando porque aunque desde un principio me quedo claro que no disponíamos de dinero y rechazaba participar, en más de una ocasión la señorita organizaba una colecta entre todos mis compañeros para pagar mi entrada al cine. Pero para la celebración de un día de la madre se decidió que se iba a hacer un tresillo (!!!que mariconada!!!) con cajas de cerillas forradas, no voy a dar explicación de tal manualidad, para lo que había que aportar algunas pesetas que por supuesto yo no tenía. Pues sucedió que desapareció uno, o dos o los que fueran de aquellos tresillos y claro, ¿en quien iba a pensar mi adorable señorita para echarle las culpas? Efectivamente, en mi, y no se si fue porque se considero el hecho como delictivo en grado sumo, o porque a ojos de mi adorable señorita había sobrepasado el límite de atrocidades escolares, llamaron a mi madre para que constatara que yo había llevado a casa uno de esos maravillosos tresillos. En estos tiempos que corren la actitud de mi madre ante la acusación no habría sido digna de mención, pero en mi época que mi madre me defendiera como lo hizo ante la injusta acusación se me quedo grabado: pobres pero decentes.

Adiós señorita, voy a pasar por fin de curso, aunque antes tengo que decir que a nivel de formación no creo haber aprendido nunca tanto como durante estos tres terceros. Aprendí toda la geografía nacional, todo tipo de operación matemática, todo tipo de análisis gramatical, toda la historia de España…que necesite para llegar a la universidad.


miércoles, 27 de enero de 2010

el segundo: Escalinata

La calle Escalinata une la plaza de Opera y la calle Mayor. Es una pequeña calle sin mucha fama e importancia a pesar de contar con el bar “El Pulpo” famoso por sus raciones de pulpo, y hasta hace unos años por un balneario, que ni yo llegué a conocer. Pero para mi es muy conocida e importante pues fue la calle donde viví hasta casi los 14 años. Vivíamos en un quinto piso sin ascensor, 104 inolvidables escaleras, del número 8 de dicha calle, en un piso de unos 54 metros cuadrados donde, y otra vez la magia, vivíamos mis cuatro hermanos, mis padres, alguna temporada la abuela y aún tengo entendido que mis padres se permitieron el lujo de alquilar una habitación a un cubano conocido de la vecina de enfrente que huyo de Cuba y nada más llegar a Madrid no tenia donde quedarse. Realmente no es fruto de la magia. Cuando no conoces otra cosa, lo que tienes te parece lo normal y más aún si las condiciones son aceptables. Me explico: el piso disponía de tres habitaciones, salón reservado a visitas, cuarto de estar, cocina y cuarto de baño, por lo que se puede ver que no faltaba de nada y además disponíamos de la llave de la buhardilla que nos aportó además de un formidable trastero un taller para manualidades, una sala para la máquina de tricotar y numerosos rincones donde un niño desarrolla las mil y una aventuras.

Es fácil deducir que si había tres habitaciones y normalmente éramos seis, tocábamos a dos por habitación. Claro que para poder meter todo en tan pocos metros pues hay que ajustar mucho: una cama de 80 y una mesilla que había que sacarla de la habitación al recibidor (¡que también teníamos recibidor!) para poderla abrir componía la habitación de mi hermano y mía. Si, claro, ¡dormíamos los dos en la cama de 80 cm, hasta los 14 años, 17 mi hermano!: suspicacias y demás menciones a hormonas y pubertad lo dejamos para más tarde. Mis hermanas disponía de armario y de una cama de 110 cm y la mesilla se podía abrir en la propia habitación. La de mis padres completa, hasta con tocador. El baño dio para hacer obra y poner una bañera con asiento y un rincón para esa estupenda lavadora que había que echarle agua con un cubo y recogerla después con ese mismo cubo. La cocina completa, sin microondas, y el cuarto de estar daba cabida a la mesa donde nos juntábamos a comer y a ver la televisión, cuando esta apareció.

Ahora a mis sobrinos se les ilumina los ojillos cada vez que sus abuelos hablan del piso de Escalinata, tan cerca de la calle Preciados, la Plaza Santa Ana, la Gran Vía…lugares muy atractivos para la adolescencia y la juventud…Para mi también fue un privilegio desarrollar mi infancia en tan noble escenario y no por las compras o las copas o la marcha, que antes no estaba tan extendido, sino porque me siento muy orgulloso de ser como soy, con mis errores y mis aciertos, y sin duda todo es fruto de donde y con quien has crecido.





Mi primer colegio se llamaba La Republica Argentina y estaba situado enfrente de la plaza de Lepanto, junto a la plaza de Oriente, al lado del palacio Real. Aquí hice los dos primeros cursos de mi vida y comencé a relacionarme con el medio exterior. No guardo más que recuerdos de hechos esporádicos como que antes de entrar en clase formábamos filas en un patio interior y cantábamos el Cara al Sol de nuestro himno nacional. También los brik de leche en forma piramidal que por supuesto no creo que se llamasen brik y que venían a ayudar a la alimentación de los futuros defensores de la patria. También tuve mi primera experiencia sexual, bueno, tendría que decir homosexual, cuando la maestra pilló a mi compañero enseñándome el pene que le habían operado: estoy seguro que la maestra no vio el sentido científico de tal exploración y le resulto a ella más experiencia sexual que a nosotros, pero sirvió para que quedara impresa esta inocente experiencia. Bueno, impresionante, recuerdo el nombre de un compañero de clase: Arturo San José, si se llamaba como yo. Por eso me acuerdo, no ha sido tan impresionante. Y de este colegio poco más, porque al tercer año tuvieron que buscarme otro ya que cambiaron las normas y no daban clases a varones mayores de seis años y yo ya era todo un hombrecito con los seis años cumplidos.

Colegio de La Paloma, junto al mercado de La Latina, auténtica escuela de la vida, donde apenas estuve unos meses porque mis padres veían peligrar mi integridad física pero sin duda donde aterrice en el mundo real donde aprendí, sino la diferencia, si la existencia, de conceptos como premio y castigo, trabajo y remuneración, supervivencia y fracaso. El primer recuerdo de la llegada a este colegio público corresponde con el primer día de clase y es el de un par de huevos fritos. Resulta que ahora también me iba a quedar a comer en el colegio y ese primer día había huevos fritos y aunque no llegue a las clases porque estuvimos de inscripción, si me daba tiempo a quedarme a comer como así hice.

En clase éramos muchos, no sabría decir exactamente cuantos, pero si que éramos una enorme clase más uno. Ese más uno correspondía a un compañero de bastante más edad y músculos que el resto y de bastante menos capacidad intelectual, deduzco, y que disponía de una mesa al lado de la del maestro cuya función principal, o por lo menos la que yo recuerdo, era mantener el silencio y el orden en el aula. Y lo hacía apuntando en un papel el nombre de todo aquel que infringía las normas para después formar una hilera ante el maestro para que este pudiera refrescar las reglas, a golpe de regla. Formé varias veces parte de esta sacrificada hilera y me resigne a sufrir el castigo sin pestañear a diferencia de muchos compañeros que retiraban la mano una y otra vez ante el impacto de la dolorosa regla, con el consiguiente enfado del maestro que se desestabilizaba ante la falta de objeto que golpear y la risa que nos producía a los demás aunque luego fuéramos a ser protagonistas de dicha escena.

Los recreos eran ansiados: salíamos a un rectangular patio empedrado con soportales en dos de sus lados. Allí coincidíamos todo el colegio a la vez: mi clase, que éramos de los más pequeños hasta esos gigantes a los que no llegábamos ni a la cintura. Yo quedaba con un compañero de clase de mi edad y de mis mismas proporciones para pelear con uno de esos gigantes que llamábamos El Gato. Eran peleas nobles, aunque fueran dos contra uno, cuyo objetivo no era hacer daño al adversario sino ejercitar nuestras destrezas combativas. No tengo ni idea de cómo surgió tan deportiva actividad pero allí estábamos los tres a la hora del recreo a medir nuestras fuerzas. En el tiempo que estuve sólo pude ver a la gran mayoría de mis compañeros una vez. Se hacinaban debajo de unos de los soportales a jugar al futbol con una minúscula pelota. No me atrajo su modalidad deportiva, la mía era más emocionante aunque a la postre fuera la causa de mi salida precipitada de este colegio.

De lo que aprendí o dejé de aprender a nivel pedagógico tampoco lo recuerdo pero si del pequeño negocio que monté y del que sacaba como beneficios cromos y pequeños muñecos de plástico, muchos de los cuales venían como regalo en los tambores de jabón, a cambio de hacer los deberes a mis compañeros, en especial, las cuentas que desde que aprendía las operaciones básicas me resultaba hasta divertido.

Y ocurrió un día que en ese empedrado patio de colegio donde todos salían a la vez, uno de los pequeños tropezó con uno de los gigantes y acabó de bruces, como dicen las abuelas, contra el suelo y como era un gafotas, cuatro ojos con gafas de culo de vaso y tubo mala suerte pues acabé en la casa de socorro con un cristal clavado en la ceja derecha. ¡Uf que suerte tuve, a punto de perder el ojo derecho! Pero eso se me reservaba para más adelante; ahora iba contentísimo a la casa de socorro acompañado por el simpático bedel que te alegraba la vida porque era de esas personas que transmite positividad.

Cuando mi madre me vio salir con ojo tapado por un enorme parche decidió que ese no era el colegio más apropiado para sus hijos. Supongo que fue la gota que colmó el vaso porque ahora puedo hacer el ejercicio de imaginar como llegaría la ropa todos los días después de los revolcones que nos dábamos en el patio. Y así fue como fui a parar al colegio privado San Ignacio de la calle La Bola.


miércoles, 16 de diciembre de 2009

el segundo

Y como las cosas empiezan por el principio, pues por el principio también vamos empezar aquí: ¿os acordáis el día en que nacisteis? Sabiendo que me conocéis bien, sé que la pregunta os ha decepcionado y que debería ser ¿os acordáis el día que os engendraron? Y a partir de aquí rellenar unas cuantas hojas hablando del “monotema”, de que si a mis padres les gustaba así, o asa, en fin, un tema que tendrá su propio lugar pero que creo no es este. Aunque debo de lanzar una nueva cuestión que seguro también dispondrá de su lugar, y es: ¿vuestros padres os han contado como fue ese día?, si, si, el día que os engendraron. Cuando hablemos de los padres volveremos sobre esta cuestión.

Yo me encontraba sentado en una sillita de mimbre del tamaño como para un niño de uno o dos años en la cocina de la casa donde pasé mis primeros 14 años. Estaba sólo escuchando los sonidos del silencio: el crujir de las paredes, el palpitar de la calle y los mil y un sonidos que el temor de un niño percibe. Si, este es el primer recuerdo de mi existencia en este mundo. Supongo que ni siquiera es el original, si no, que será el recuerdo del recuerdo de no se cuantas veces hecho el ejercicio de recordar, pero sin duda basado en un hecho real y vivido.

Ya veis, como muchos, como la mayoría, como casi todos los que no hemos nacido en palacios reales o en novelas de ingeniosos escritores, así llegue al mundo. Aunque es verdad que no he hecho el ejercicio de interrogar a mis padres sobre este acontecimiento, pero careciendo de fotografías, de artículos de prensa o de noticias de sociedad, es muy probable que no haya mucho que destacar.

A partir de este primer recuerdo me quedan pinceladas de cotidianos momentos. Los catalogo de cotidianos porque en los tiempos que corren para nadie supone un hecho destacable en que aparezca un frigorífico en casa, una televisión en blanco y negro o la magia del espacio permita colocar una bañera en un minúsculo cuarto de baño. Cada uno vive el momento que le toca, y cada avance tecnológico (porque ya hablaremos del avance o retroceso en otros campos) es lo más novedoso del momento, a sabiendas, que será estrella por poco tiempo. Pues bien, mi infancia, o mejor dicho, mis recuerdos de mi más tierna infancia se fijan en estos pequeños acontecimientos domésticos. Hasta que llegó el colegio.

En mi época no sé si existían guarderías pero creo no tener que convenceros que nunca fui a una. A los 4 años, a párvulos y antes de eso en casa con la familia. Por eso los recuerdos son pequeños esbozos de momentos de mayor agitación que la del día a día como los que mencionaba antes de la compra de un frigorífico, y digo un frigorífico y no un nuevo frigorífico que no hubiera supuesto mención alguna por no haber representado nada más que una pequeña mejora. También me viene a la mente el recuerdo de una de esas sillas altas de niños para estar a la altura de la mesa. Y un especial recuerdo eran las mil y una imágenes que se formaban en el tazón de la leche con Cola Cao gracias a la espuma que este dejaba pegada en el tazón y que sólo la imaginación de un niño puede ver.

A continuación anexo una foto en la que creo que aparezco por primera vez fotografiado en la comunión de mi hermana Mary. Soy el más pequeño de los tres, el otro es mi hermano mayor, Paco. Por supuesto que de esto no recuerdo nada, de hecho, encontrar esta foto ha sido una sorpresa hasta para mí.





Arturo, Mary y Paco en la comunión de Mary








martes, 15 de diciembre de 2009

el segundo

Y pasó. Todos conocemos el comentario "mi vida paso ante mis ojos en un segundo", porque lo hemos leido, lo hemos visto en el cine, nos lo han contado......o lo hemos vivido. Vivirlo y contarlo no esta al alcance de cualquiera y es aqui donde comienza mi historia pues he sido agraciado en este menester. Quizas se deba a mi naturaleza, a la propia naturaleza o a la naturaleza divina el que se me haya otorgado este privilegio y ademas se me conceda beneficios extras como el de disponer de más de un segundo para poder contaros "el segundo". Y como es un privilegio, hace que uno se sienta deudor con esa "naturaleza" y no pueda eludir este compromiso, beneficio o quizas deber, que no puedo reconocer en que momento he contraido pero en el que estoy inmerso, pues bien, como decia, me siento obligado a contaros ese segundo mio. Y como no puedo decir que no dispongo de tiempo, dare otros argumentos apelando a la sensibilidad del lector, para justificar los dias, las semanas o los meses que me pase sin escribir. Es verdad que con tanta tecnologia es dificil argumentar motivos técnicos que me impidan escribir, ni tan siquiera creo poder convenceros de la cantidad de papel mojado por las lagrimas que tengo que desechar. Pero os puedo prometer mis buenas intenciones de llenar tantas paginas que lleguen a agotaros y no por ello a aburriros.

lunes, 2 de marzo de 2009

Balta...vamos a Granada.




Quizas sea de honor dedicar mi primer comentario a mi querido amigo y compañero Baltasar. Me ha parecido que aunque carece de cualquier interes técnico y pedagógico te gustara tanto como a mi, el recordar este episodio que no me atrevo ni a clasificar y que transcribo tal como fue redactado en su día. Aunque la descripción se ciñe mucho a datos y acciones, a mi me ha traido recuerdos de vivencias y emociones no descritas. El sólo hecho de compartir con alguien el 100% del tiempo durante 10 días ya es un hecho significativo y más cuando en todo momento a reinado la paz y la cordialidad. Aunque tampoco puedo por menos que dedicar una frase a lo lento y cansino que eres para arrancar...menos mal que luego lo compensas cuando se pasa a la acción.
Bueno, que esto sólo es un capitulo de las muchas aventuras que hemos realizado....bici, esqui, buceo...y que cada cual a resultado tan gratificante como las anteriores...Notaras que le falta el final a la historia. El último día o no hubo tiempo o los acontecimientos no nos permitieron ni un rato para escribir. Fue la parte más emocionante: coronamos la cima nevada del Veleta. Al princpio de la etapa tube que animarte para que una viejita que iba tambien en bici, y con cestita, no fuera más rapido que tu....y despues esperar un ratito arriba a que llegaras....pero eso queda entre nosotros...


Y asi comenzamos....

Sabado 30 de abril
Salida de Atocha a las 9:00, llegada a Aranjuez a las 9:46.
El maricón de Balta llega tarde , con una rueda pinchada, sin frenos y contando que se le ha inundado la nevera. Si no fuera porque llega siempre tarde....podria haberle creido.
En Villarrubia parada para comernos unas feas pero ricas naranjas y una manzana. Ahora en Lillo comiendonos un bocata. El camino ha sido hasta ahora llano con algún repecho: el último tramo hasta Lillo estaba curioso con una pequeña zona de toboganes y curvas. Bocata, Acuarius y helado por 20€.
Al final hemos llegado a Villacañas tras 82 km mas 5 km que hemos hecho por el pueblo (total 87,46 km) en 5:11 horas, 47,6 km/h de velocidad maxima. La hora de llegada las 17. El hostal Prickly, de dos estrellas, esta bien aunque sea caro (60€). El tiempo ha sido bueno: ya tenemos marca que espero no se traduzcan en quemaduras. Las rodillas, aunque doloridas, se han portado bien. Ya veremos cuando lleguen las cuestas.

Domingo 1 de mayo
Nos hemos levantado a la 8, a las 9 ya habiamos tomado café, bollos, donuts y un zumo de naranja. Hemos descansado bien, por suerte, porque no hemos hecho nada mas que empezar y nos hemos despistado en algún cruce de los muchos que hay y en los que desafortunadamente no hay ningún tipo de información. En definitiva, a Quero 34 km cuando contabamos con 18. De Quero a Campo de Criptana más de lo mismo, pero ahora previniendo, hemos preguntado siempre que ha sido posible. Llevamos 60 km, hemos hecho las obligadas fotos a los molinos y ahora vamos a tomar algo para reponer fuerzas pues la etapa aún es larga. De Campo de Criptana a Tomelloso el camino ha sido duro, si bien el perfil no ha tenido nada que ver con la dureza, si el tipo de terreno, pedregoso, el viento fuerte y constante de cara y la incertidumbre de no saber exactamente por donde vas. Unos tramos los encontramos señalizados con la ruta del Quijote para llegar a cruces que se dividen a izquierda y derecha y que tienes que hechar a suertes para decidir. Finalmente, tras muchos siseos del camino, hemos llegado a Tomelloso. Por la cabeza de ambos se nos pasa el acabar allí mismo: mil carteles de hoteles nos tientan y las piernas colaboran en aumentar la tentación. Sin embargo, nuestro objetivo es Ruidera y a pesar de que llevamos 95 km y de que quedan 40 km más tenemos que continuar, pues sino sera imposible completar el itinerario, más aún, cuando sabemos que las proximas etapas seran más duras. El camino hasta la presa de Peñarroya ha sido agradable: la vista desde abajo de la presa con el castillo arriba, merecia la pena. Y ahora hasta Ruidera, por la carretera, quedan 20 km y son las 20 horas. A las 9 de la noche llegamos al hostal medio muertos: hambrientos y débiles.

Lunes 2 de mayo
De Ruidera a Villahermosa todo por la margen derecha de las lagunas hasta encontrar la ruta del Cid (aqui puse Cid, pero creo quise decir Quijote....lo del Cid fue otra batalla....) dirección Viveros; luego hay un desvio hacia Villahermosa. Han sido 45 km por pista de tierra con algún tobogán y custodiado unicamente por encinas, olivos y matorral. No hemos encontrado un alma en todo el camino. En Villahermosa una corta parada junto a la iglesia para comernos un plátano y una manzana para reponer fuerzas y llegar hasta Albadalejo donde tenemos pensado para a comer. A Albadalejo hemos llegado por la CM3127. A penas nos hemos cruzado con media docena de coches. Hemos parado a tomar un menú del día y de paso descansar un par de horas. Después hemos continuado por la CM3127 llegando a la provincia de Jaen: la carreterase hace másestrecha, más sinuosa y el paisaje más agreste. Al llegar a la N-322 hemos continuado por un camino paralelo a la carrtera hasta llegar al hostal, que por sorpresa ha aparecido justo donde estaba el cruce hacia Puerta del Segura. Ha sido una agradable aparición, llevabamos 98,60 km en 5 horas y 10 minutos. Hoy tendremos tiempo de descansar antes de afrontar la próxima y mucho más dura etapa hacia Cazorla.

Martes 3 de mayo
Se ha dormido bien en la Venta de San José. Cuando llegamos por la tarde tubimos la recepción con una encantadora y tartamuda sexagenaria señora que nos abordó con la pregutna: "¿sois de algún club?" Y a partir de ahí ya nos contó que había nacido en Marruecos, de origen francés, había vivido en California, dado clases de esqui en Navacerrada y los mil y un proyectos de rutas en bici que había preparado.....pero en fin, esto es otra historia. Hemos salido dirección Puente Genave; a partir de aqui empieza la ascensión hacia Peñaolite. Antes de llegar al pueblo hay un desvio que comienza con una dura ascensión de 5 km para luego descender hasta Cañada Catena y de aquí por la A-314 hasta Cortijos Nuevos. Aquí hemos andado indagando en el ayuntamiento y en la fuerza fácticas, policía municipal, guardia civil y empleado de Endesa, hasta oir lo que deseabamos oir, es decir, que se podía pasar por el margen izquierdo, yendo hacia el sur, del embalse del Tranco. Antes aún de salir a la carretera A-317 nos hemos topado con el guardia forestal. Nos ha hecho una diserción de posibles rutas, aunque no acababa de tener muy claro por donde ibamos a tener que pasar para cumplir nuestro objetivo. Tras muchas alternativas, nos ha preguntado: "¿llevais movil?, no llameis muy tarde si teneis problemas...." Sorprendentemente siguiendo el margen del pantano por sinuosos y pedregosos caminos, hemos llegado a un punto de información donde estaba indicada la ruta circular de Collado Montera: ¡justo llegaba hasta donde queriamos ir! Después de poner "a bajar de un burro" al guarda forestal por su desconocimiento de tal ruta PR, hemos seguido por el lado más corto aunque más complicado pues tiene un desnivel de 300 metros en lo que hemos calculado serían 2 o 3 km de subida. Después la cosa a cambiado, a peor claro: primero hemos descendido un kilometro aproximadamente por un camino que no ba más que a un olivar. Hemos retrocedido a recuperar el PR y tras encontrarlo hemos comprobado que el firme era arenoso y el desnivel pronunciado. Al principio hemos podido pedalear; después ha llegado un momneto que por la pendiente y por la arena ya no era posible. Después el camino no dejaba de ser un mero paso entre olivos con montones de piedras y ramas caidas. Después ha sido peor: sólo hemos visto la señal de fin del PR por los únicos pasos que parecian accesibles. Tras unos minutos de silenciosa desesperación y de ambos buscando una salida por donde teóricamnete debería ser el sentido más apropiado, hemos visto la luz, o más bien un reflejo, al reencontrar la señal del PR en una piedra medio oculta entre la maleza. Si bien nos ha servido para reanudar el camino, lo hemos hecho con la bici a pie empujándola por el medio de una empinada ladera del monte. Después de aproximadamente un kilometro de dura ascensión nos hemos reencontrado con un camino accesible que finalizaba en una valla de la que el guarda forestal nos habia mencionado. Llevamos unos 50 km y todavía no sabemos si habrá paso hacia Coto-Rios. Aqui comienza un descenso trialero por zona pedregosa y mal indicada. Finalmente el camino se hace más claro y llegamos a un punto en el que indica dirección hacia Coto-Rios: ¡Salvados! Nos quedan unos 20 km de vibrante camino bordeando en embalse del Tranco. Estamos cerca de Coto Rios, en el hotel Las Golondrinas...hasta aquí hemos llegado. Hemos hecho 75 km en 5:15 horas por duros caminos. El objetivo era Vadillo Castril pero quedan más de 30 km, son más de las 18 horas y lasfuerzas son escasas. Decidimos comer algo y finalmente pasar noche aqui. Mañana recompondremos la ruta...todavía jugamos con días suficientes. El hotel Las Golondrinas es sencillo pero acogedor y su dueña, Josefa, afable, habladora y servicial. Nos ha dado de comer lo que tenia por ahí: un poco de queso en aceite, gamo en aceite, unos tmates, unas patatas fritas y varias cervezas reponedoras. El hermano de Balta, Luis, y su novia, nos han hecho una visita pues estaban pasando unos días por el nacimiento del río Mundo y casualmente ahora pasaban cerca de Coto Rios.

Miercles 4 de mayo
Por la mañana hemos esperado a que la señora Josefa llevase a su huerfaito sobrino al cole (ya nos contó como se había muerto su hermano en cuatro días de un cancer) y sobre las 9 nos ha dado de desayunar las 3 magdalenas que quedaban y unos cafés con leche. Luego nos ha hechado las cuentas y nos ha soplado 80€, sin factura...de momento el sitio más caro. Al final partimos de Coto Rios dirección Vadillo Castril por la A-319. Nuestra intención era coger un camino que partía de Torre del Vinagre y nos llevaría por el monte haciendo algún kilometro más hasta Vadillo Castril...pero no vimos el desvio. Antes de empezar la fuerte subida hasta Vadillo Castril hemos parado en Arroyo Frio a desayunar de nuevo y comprar agua y algo de fruta pues ya no encontraremos nada hasta Pozo Alcón. En Vadillo Castril está el desvio hacia el nacimiento del río Guadalquivir (12 km) e indica 48 km a Pozo Alcón por un camino rural estupendo. Por este magnifico camino hemos disfrutado de las vistas, de los aromas de la plantas, del buen tiempo. Nos hemos encontrado a un grupo de unos 20 cicloturistas que iban hasta el nacimiento del Guadalquivir: eran unos jóvenes haciendo prácticas. Llegado al nacimiento hemos bajado a la roca de donde, supuestamente, comienza a fluir el Guadalquivir; hemos hecho las fotos de rigor y nos hemos ido a un area con mesas y agua corriente a tomarnos nuestro "suculento" almuerzo consistente en dos manzanas, una roja y otra amarilla, y unas onzas de chocolate con almendras: todo muy rico. Repuestas las fuerzas el siguiente objetivo era el Alto de la Cabañas, 2048 metros de altitud, unos 6 km de subida con un principio muy duro. Pero ya se sabe, cuanto más duro es el camino, se llega a sitios más insólitos y la satisfacción es mayor. A partir de aqui grandes rampas de descenso por el empedrado camino. Balta ha pinchado al rajar la cubierta trasera con alguna piedra en alguna de las freneticas bajadas. Los últimos 8 km hasta Pozo Alcón por asfalto en una sinuosa y divertidísima carretera donde hemos alcanzado mas de 60 km/h. Entrando en el pueblo hemos comprado una cubierta nueva y buscado un hotel. El Hotel Ciudad de Pozo Alcón nos ha satosfecho tanto en precio como en calidad: mención especial a la media pizza que nos hemos dejado porque ya estabamos llenos con la ensalada y los espaguetis.



Jueves 5 de mayo
Después de desayunar recogemos las bicicletas y comprobamos que la de Balta esta pinchada: quizás al montarla la pellizcamos. Después de arreglarla vamos a la gasolinera a por agua, hielo y mirar la presión de la ruedas.Primer objetivo Cueas del Campo cuyo trayecto discurre por la antigüa y en desuso A-315. Pasado este primer punto la carretera recupera su importancia bordeando el embalse de Negratín. Al fondo ya se ve Sierra Nevada con nieve todavía en sus cumbres. Continuamos hacia Freila y poco antes de llegar tomamos un camino que nos ha aconsejado un viejo agricultor y que nos deja muy cerca de Baul. Aquí hemos parado, son las 15 horas y queremos comer algo. Preguntando por el bar nos dicen que sólo hay una pequeña tienda de comestibles a la que hay que llamar para que la propietaria baje de la casa y nos atienda. Dos naranjas, dos galletas y un helado es la comida para hoy, con lo que nos llevara hasta Guadix, nuestra meta. Desde Baul hemos ido en busca del camino que va desde los Balcones hasta la A-92, para lo que cruzamos un abandonado puente de hierro del ferrocarril, y descender a un barranco teniendo después que trepar para salir de él. Llegados a la A-92 vamos por caminos paralelos pasando por Cenascuras, Las Viñas, Hernán Valle y finalmente Guadix, donde nos hemos detenido en la autovía en un mesón para tomar una ración de jamón y queso y una Coca Cola. Dentro de Guadix hemos dado una vuelta por el pueblo para después buscar hotel. Reservamos en el Hotel Comercio de 4 estrellas, con SPA. Nos dejan la habitación grande al precio de la pequeña, 50€ y nos permiten subir las bicicletas por el ascensor hasta la habitación de este pomposo hotel. Y como estamos de vacaciones y nos lo podemos permitir, pues nos hemos dado un bañ en el jacuzzi y luego un masaje en las piernas para aliviar tensiones. Después hemos salido a buscar un bar en donde comer algo: una de brabas, otra de calamares, unas cervecitas y un colacao caliente....y después a dormir.

Viernes 6 de mayo
Una vez desayunado nuestro café y un rico croisant con mantequilla y mermelada, estamos listos para comenzar nuestra ruta. En principio el destino es Güejar-Sierra, pero como hay pocos kilometros intentaremos ganarle alguno a la subida a Sierra Nevada. De Guadix a Purullena y de aquí ya hay una indicación hacia La Peza. El trayecto discurre por una carretera asfaltada prácticamente si tráfico. Llegado a una intersección vemos que hay dos caminos para llegar a La Peza. Preguntado a un conductor que llega providencialmente al cruce, nos decidimos por tomar el que dice "paise pintoresco". Y es cierto que desde las alturas se ve todo mejor...pero primero hay que subir: sin comentarios. En La Peza parada para recuperar: llevamos sólo 20 km pero la jornada se nos antoja dura. Tomamos fruta, unas galletas y yogur. A las 13 horas nos ponemos de nuevo en camino. Hay que ir hacia Quentar. El paisaje, cautivador: la carrtera sube, baja pero siempre tendiendo a ascender. Llegamos al alto de Las Blanquillas, 1297 metros y a partir de aquí descenso hasta el embalse de Quentar. Las subidas se sufren, pero la bajada por la sinuosa carretera, se goza. Llegado al embalse abandonamos la carretera para tomar un camirro terrero que nos lleva atajano hasta Güejar-Sierra. Y como no hay atajo sin trabajo, la reducción de kilometros es acosta de subir por empinadas cuestas durante aproximadamente 8 km. Llevamos 50 km. En Güejar parada en un bar, que no esta en cuesta para poder dejar las bicis sin que se rueden. Una ensalada, un huevo con muchas patatas y unas cervecitas, bueno, Balta va a Coca Colas, y un helado. Son las 16:45 horas: hemos indagado y hay camino terrero, el famoso atajo de siempre, para enlazar con la carretera que sube a Prado Llano. Cruzamos el puente sobre el Genil. Ha comenzado la verdadera montaña: prolongadas y empinadas cuestas que de vez en cuando te dan un respiro. De vezç en cuando una parada para descansar y para esperar a Balta que viene "a su ritmo". 12 km más arriba está la carretera. Hemos parado en un punto de información, ya cerrado, son las 18:45 horas, para beber algo fresco de las máquinas. El empleado que aún no se ha ido nos informa que quedan 9 km para Prado Llano y 12 km para el albergue universitario y que no hay ya ningún otro alojamiento.